sábado, 16 de febrero de 2013

Reseña del libro Los nacionalismos, el Estado español y la izquierda

Reforzada por la crisis, la cuestión nacional está irrumpiendo con fuerza. Los resultados de las elecciones en Galiza y Euskadi (con notables ascensos de una izquierda antineoliberal independentista o favorable al derecho de autodeterminación) o las elecciones al Parlament de Catalunya (tras un masivo 11 de septiembre que refleja el giro independentista de la sociedad catalana) demuestran la vigencia de las reivindicaciones nacionales para amplias capas de la sociedad en estos territorios.


Pero como bien refleja el libro de Pastor, normalmente se habla de nacionalismos “periféricos” y se obvia al nacionalismo español. Reforzado por asuntos como los éxitos deportivos (lo que es una muestra de debilidad, de nacionalismo a la defensiva) o gracias al cuestionamiento de la política oficial (viendo en muchos casos la población la bandera, el sentimiento nacional o la pertenencia a una colectividad no vehiculizados por los partidos del sistema), también tiene su reflejo en la construcción y éxito de referentes políticos. Más allá de la fortaleza durante décadas del bipartidismo gobernante, el ascenso del populismo españolista de partidos como UPyD en todo el Estado y Ciutadans en Catalunya es un reflejo de ello.

El libro comienza a situar el origen de los nacionalismos como los entendemos hoy (con o sin estado). Aunque no existe una visión única, muchos lo sitúan en la crisis de los estados absolutistas, en hechos como las Revoluciones francesa (1789) y americana (1776) o en las invasiones napoleónicas de distintas regiones europeas. Del mismo modo existen distintas formas de analizarlos, como los puntos de vista modernista (en la línea de lo comentado anteriormente), perennalista (con recurrencia a un pasado premoderno), etnosimbolista (con peso de los factores subjetivos), etc. A la vez, y más allá de la burda simplificación de la que hacen gala la derecha y la izquierda oficial (con más de un lamentable caso de la izquierda que se reclama alternativa a la misma), es preciso distinguir entre, por ejemplo, los nacionalismos de liberación (no sólo aplicables a la opresión colonial, sino también en el denominado Primer Mundo) y los nacionalismos racistas (como es el caso del defendido por el Estado de Israel y otros) o los que son directamente ultraderechistas y xenófobos como el caso de la Liga Norte en Italia.

Por otra parte, resulta muy instructivo el análisis de Pastor sobre como distintos autores o escuelas del marxismo han tratado la cuestión nacional. Más allá de la simplificación, que en líneas posteriores desmiente el autor, al atribuir un gran grado de determinismo a pensadores como Marx o Engels en esta cuestión (es decir, que con el desarrollo de los estados nacionales, las fuerzas productivas y la clase obrera, culminando con la consecución del socialismo, se eliminarían las divisiones nacionales), hace un recorrido bastante interesante.

Desde la visión simplista de Stalin (con un recetario de qué es y qué no es “nación”, lo que deja en el camino a muchas naciones modernas como Suiza por no cumplir, por ejemplo, con una premisa del mismo como es el tener una única lengua) hasta la de Lenin apostando por la libre autodeterminación de todos los pueblos, pasando por Rosa Luxemburg, que tuvo no pocas disputas con Lenin por oponerse a la lucha nacional al no estar hegemonizada por la clase obrera. Asimismo, más allá de visiones eurocéntricas, los aportes del marxista peruano José Carlos Mariátegui sobre la construcción de un socialismo respetando las singularidades indígenas y multirraciales en Latinoamérica (el socialismo indo-americano) no dejan de desmontar mitos.

El libro continúa con los intentos de construcción nacional en el Estado español, con “España” como un proyecto nacional fallido, de origen sangriento. El estado feudal se cimenta en primer lugar en la Reconquista y la Inquisición, así como en la conquista colonial de América. Por otra parte, la monarquía borbónica, con su vocación centralista y su nulo cuestionamiento del régimen señorial (por su compromiso con el Antiguo Régimen) impiden al Estado español equiparse con los modernos estados liberales europeos.

Asimismo, el desarrollo del capitalismo español, con una industrialización y una clase burguesa con fracciones diferenciadas (lo que da la puntilla para impedir un surgimiento de una conciencia nacional española en la mayoría de la población), hace que a mediados del siglo XIX surjan los nacionalismos “periféricos” actuales, así como ya iniciado el siglo XX otros casos como el de Andalucía con el pensamiento de Blas Infante.

Por otra parte, es destacable el fracaso de sectores que rompen con la concepción de la “España” conservadora y reaccionaria a la hora de llenar las aspiraciones de los nacionalismos sin estado. Quizás el más importante sea la II República, que generó ilusiones acerca de una nueva relación entre un nacionalismo español liberal-democrático y el resto de nacionalismos. Ya en la misma constitución de la República no se reconocía el derecho de autodeterminación o federación de regiones autonómicas, ni el fin del colonialismo (los casos del norte de Marruecos y Guinea Ecuatorial), por lo que el proyecto nacía cojo desde un principio, algo que fue confirmado por el freno desde Madrid a la proclamación de la República Catalana.

Más allá de la dictadura fascista de Franco que acabó con los tímidos pasos descentralizadores de la II República y su españolismo extremo, es interesante la apreciación que hace el autor de las distintas posturas de izquierda hacia la cuestión nacional en los años previos a la Guerra Civil. Podemos empezar por el PSOE, que aunque critica el nacionalismo español más reaccionario, no respeta en su conjunto el derecho a decidir, dividido entre un sector más respetuoso con la plurinacionalidad del Estado español y otro más centralista y españolista.

El papel del PCE también es digno de mención. Aunque en un principio reconoce el derecho de autodeterminación, años más tarde y ya integrado en el Frente Popular hará gala de un gran patriotismo español durante la Guerra Civil. Otros sectores de la izquierda, como Maurín, dirigente del BOC (Bloque Obrero y Campesino) se mostrarán favorables a los movimientos de separación nacional, pasos previos para debilitar al estado burgués y que serán imprescindibles para unir a las obreras y obreros de todos los territorios del estado. Maurín pecaba de excesivo determinismo al afirmar la división territorial de la Península Ibérica en naciones “naturales”, no tan dependientes de las condiciones materiales que determinan al mismo modo la conciencia nacional de la gente. Andreu Nin, que será más tarde compañero de partido de Maurín en el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), tenía una visión más matizada.

Más adelante y llegando a la Transición, el libro describe como se da una continuidad del nacionalismo y modelo de estado del bloque dominante (con sus ideas y su praxis sobre el españolismo y el modelo de estado) gracias al pacto del sector reformista del Franquismo y la oposición (con fuerzas como el PSOE y el PCE que pasan por el aro, a diferencia de otros sectores como la Liga Comunista Revolucionaria). El resultado fue una Constitución encorsetada. Acontecimientos como las movilizaciones de masas en Andalucía entre 1977 y 1980 podían haber desbordado también en un sentido nacional la Transición pactada, pero el papel de la izquierda mayoritaria para sostener el régimen fue clave para que no pasara. Actualmente, y debido al papel del SOC-SAT de cuestionar durante más de 30 años la “españolidad” de Andalucía y la propagación por parte de los mass media de una supuesta “opresión” contra la población de origen andaluz y de otras zonas en Catalunya, recordar como las luchas de los 80 unían al mismo tiempo dar mayor bienestar con más autogobierno al pueblo andaluz y desmontar el régimen de la Transición como cerrojo a la libre determinación de los pueblos.

La clase dirigente española, a nivel político asentada también en las nuevas autonomías y con la ayuda inestimable del PNV y CiU, encorsetó más aún la capacidad del Estado español para reconocer los derechos nacionales. Más recientemente, Zapatero fracasó y decepcionó a buena parte de sus bases con su centralismo. La supuesta vía federalizante que se podía abrir con el caso del Estatut catalán fue herida de muerte por el fallo del Tribunal Constitucional.

En definitiva, el libro de Jaime Pastor es una joya desde un punto de vista teórico y formativo. No obstante, aunque iba más allá del propósito del libro, hubiera sido interesante una atención mayor a las luchas desde las naciones no reconocidas y el peso de éstas en la consecución de sus reivindicaciones nacionales. Estas experiencias hubieran completado esta excelente guía teórica para la acción.

Artículo publicado en la revista La Hiedra de enero-abril de 2013.

viernes, 8 de febrero de 2013

Egipto: más luchas y más organización para hacer la revolución

Los medios de comunicación de masas hace meses que enterraron el proceso revolucionario abierto en Egipto, que en estos días cumple su segundo año. Con su guión ya escrito han tratado desde el principio de crear en la opinión pública la clásica visión del stablisment capitalista sobre las revoluciones. Según ellos las revoluciones son manipulaciones de las masas por parte de líderes o ideas fanáticas que, inevitablemente, desembocan en el ascenso de tiranos. Con mala intención, pero también con una gran ignorancia, unen estos aspectos al racismo hacia las personas musulmanas, creando una mezcla perfecta para crear su sentido común.

Tristemente, parte de la izquierda se une a este coro. La victoria electoral de los Hermanos Musulmanes, representa para algunos sectores la islamización de la sociedad egipcia y, en consecuencia, el enterramiento de esta revolución (para otros ni siquiera existió la misma).

Sin embargo, hay otras lecturas acerca de los acontecimientos que están ocurriendo en Egipto y que parten del movimiento revolucionario del país, en especial de la organización Socialistas Revolucionarios.

Egipto como laboratorio y resistencia al capitalismo global

Desde el ascenso de Sadat a la presidencia del país, y en especial de Mubarak a principios de los 80, Egipto pasó a ser uno de los principales laboratorios de pruebas del neoliberalismo a nivel mundial. La aplicación de tales planes sólo fue posible gracias a estructuras dictatoriales, en la misma línea que los instaurados en el Chile de Pinochet.

Desde el principio el régimen se encontró con resistencias a sus planes de desposesión de las mayorías, pero fue a partir sobre todo del año 2000 cuando reivindicaciones económicas contra dichos planes se combinaron explosivamente con reivindicaciones políticas, como el apoyo a la causa palestina, la oposición a la guerra de Irak, la libertad sindical o la lucha por la democracia. Con la peor crisis económica del capitalismo desde los años 30, todo esto culminó en la Revolución Egipcia, que comenzó y continúa desde enero de 2011.

Pero tras esta puesta en contexto, es necesario dejar claro la posición del gobierno de los Hermanos Musulmanes con respecto a la agenda de los grandes capitalistas internacionales. Desde el principio, el presidente Mursi y su gabinete han dejado claro su compromiso con los grandes capitalistas internacionales, de ahí el préstamo de 4.800 millones de euros (el mayor programa de este organismo fuera de la eurozona) que el FMI dejará al país en contrapartida de más privatizaciones y fin de subsidios.

Ante este panorama, las demandas básicas de la revolución de “pan, libertad y justicia social” no tienen cabida en el actual contexto de relaciones políticas a nivel internacional. Los capitalistas a nivel mundial no pueden consentir ni la más básica de las reformas que puedan favorecer a la clase trabajadora y a la población empobrecida del mundo, debido al contexto de crisis económica del sistema. Recuperar sus tasas de ganancias es importante, pero esto hay que unirlo a las implicaciones que tendría en una región estratégica la victoria de la revolución en un país como Egipto. El país del Nilo es el estado africano con la clase trabajadora más numerosa y experimentada, sus victorias podrían ser un ejemplo para las personas oprimidas por el capitalismo en todo el mundo.

Oportunidades para las movilizaciones desde la base

El contexto de lucha en el país no deja de ser abrumador. Asistimos al mayor ascenso de luchas obreras desde los años 40 del pasado siglo. En 2011 sectores como el profesorado, el personal sanitario, las obreras y obreros del textil, etc., protagonizaron huelgas masivas y combativas. Tras el ramadán de 2012, tuvieron lugar más de 1.500 huelgas en muy variopintos sectores del mundo del trabajo.


En total, más de 4.000 protestas sociales, huelgas y ocupaciones tuvieron lugar el año pasado en el país. La situación no es distinta, en cuanto a nivel de luchas, de situaciones revolucionarias como las de Chile en el 73, Portugal en el 74, Irán en el 79 o Polonia a inicios de los 80.

Asimismo asistimos a una explosión de la militancia sindical y política. La Federación Egipcia de Sindicatos Independientes contabiliza más de 2,5 millones de miembros desde su fundación en enero de 2011. La organización de los Socialistas Revolucionarios también ha aumentado su militancia y su influencia, así como otros grupos de distinta inspiración nacidos a partir de la revolución de enero de 2011.

Sin embargo, la influencia de la izquierda en los movimientos de base aún es limitada. El lamentable papel de organizaciones como el Partido Comunista de Egipto sosteniendo a tiranías y capitulando a la burguesía “progresista” no ha ayudado mucho en este sentido. Por otra parte, el Partido Democrático de los Trabajadores, impulsado entre otros por los Socialistas Revolucionarios poco después del derrocamiento de Mubarak, fue desinflándose con el tiempo. Las protestas en las últimas semanas no han hecho más que recrudecerse.

Durante las últimas semanas de enero, el juicio a los supuestos causantes de la masacre en el estadio de Port Said de febrero de 2012 ha sacado a miles de personas a la calle en dicha ciudad y otras ciudades del país. La represión del estado ha sido brutal, con más de 50 muertos en la ciudad, entre ellos un joven de 17 años, militante de los Socialistas Revolucionarios, que fue abatido por un francotirador de la policía al que intentaba fotografiar.

El pasado viernes 1 de febrero, miles de personas marcharon al Palacio Presidencial en El Cairo, en protesta por la represión y las promesas incumplidas de la revolución. Liderados por jóvenes, atacaron el Palacio y de nuevo tuvieron que soportar la represión del estado.

Ante este panorama se abren varias posibilidades. La canalización del descontento bien puede ser a través del gobierno o la oposición pro capitalista del Frente de Salvación Nacional (donde entre otros está el partido de El Baradei, ex responsable de la OIEA, o Amr Musa, ex ministro de Exteriores de Mubarak) o bien que se fortalezca el movimiento popular, en un gran frente unitario revolucionario, donde el mundo del trabajo determine en gran parte la agenda del mismo. Asimismo, el fortalecimiento de la izquierda revolucionaria será clave para hacer avanzar el proceso y ganar a las grandes mayorías, muchas de las cuales constituyen la base decepcionada de los Hermanos Musulmanes.

Publicada en la web de En lucha: http://www.enlucha.org/site/?q=node/18287

domingo, 3 de febrero de 2013

¿Son los medios de comunicación todopoderosos?

En nuestras democracias burguesas, dónde el nivel de  represión es menor en muchos casos (hasta que se ven amenazados los intereses de la clase dominante) a los de otros regímenes capitalistas y aunque los medios de comunicación (que es en lo que nos centraremos a continuación) no estén en manos únicamente de un ente (privado o público), no significa que la información veraz, objetiva, llegue a la mayoría de los miembros de estas sociedades. A lo largo de las últimas décadas, hemos asistido a la concentración y crecimiento de los medios de comunicación, en forma de grandes monopolios que buscan el máximo beneficio y ganar la carrera de ratas que supone la competencia bajo el sistema capitalista. Eso se ha traducido que ante la caída de la tasa de ganancias en la fase actual del capitalismo, las grandes empresas de la comunicación han buscado beneficios en las inversiones especulativas de todo tipo, en la industria armamentística, en la banca, etc. y tirando a la baja las condiciones de trabajo de los y las trabajadoras de la comunicación, en la mayoría precarizados y enfrentados a numerosos EREs y toda clase de abusos.

En la misma línea podemos leer las actuaciones de los grandes grupos mediáticos como el grupo PRISA en Latinoamérica, cuyas intenciones de desestabilización de gobiernos progresistas como el venezolano o el boliviano no son disimuladas o el todopoderoso grupo de Rupert Murdoch, cuyo apoyo a cualquier gobierno que aplique políticas neoliberales es claro (ya sean los laboristas o los conservadores en Inglaterra), y cuya complicidad de su imperio con los gobiernos de Thatcher en su ofensiva antisindical en este sentido es lógica, como gran empresa que quiere obtener grandes beneficios con el capitalismo más salvaje.

Pero el poder de los medios de comunicación no es absoluto; su manipulación y sus mentiras pueden chocar con la realidad de la vida de las personas. Aunque durante un tiempo puedes creer al ver en la tele lo que te venden (cada vez las noticias son más simples y más parecidas a los anuncios de cualquier producto comercial), pues no estás en contacto con ese fenómeno, cuando vives los acontecimientos y ves la auténtica naturaleza del sistema no te crees sus mentiras. En el caso del bloqueo al Parlamento de Catalunya por el movimiento 15-M el pasado 15 de junio de 2011 por la aprobación de unos presupuestos antisociales, el mismo fue duramente condenado y manipulados por parte de los medios de comunicación los hechos que ocurrieron, presentando que violentos habían atacado la legalidad democrática. Más allá de convencer a la mayoría de las personas que están sufriendo las consecuencias de la crisis y que han participado desde sus inicios en el 15-M, la gente salió de forma aún más masiva el 19 de junio contra el Pacto del Euro, que condena a los y las ciudadanas europeas más aún a la dictadura del capital. En la misma lucha, la gente vence a las ideas que la propaganda del sistema, por ejemplo tras las numerosas cargas policiales, mucha gente que antes decía  “algo habrán hecho cuando le pegan la policía” no puede justificar porque la policía carga contra manifestantes pacíficos.

En definitiva y aunque mil ejemplos se podrían poner, no es fácil cambiar las ideas hegemónicas que dominan en la sociedad, siendo el papel de los y las revolucionarias organizadas es clave.